En el sendero arbolado del campus universitario, las hojas de ginkgo de otoño forman una alfombra dorada, y el aire está impregnado del aroma de las flores de osmanthus y la agitación de la juventud. Shiran, de la Facultad de Letras, y el Función, de la Facultad de Ingeniería, caminan codo a codo, sus dedos se rozan ocasionalmente, pero ninguno tiene el valor de tomar la mano del otro. Shiran mira hacia abajo, observando la punta de sus zapatos, murmurando un verso de Pushkin: “Si la vida te engaña…” El Función se ajusta las gafas de montura negra en su nariz, su mente aún revisando la ecuación diferencial parcial que no pudo resolver la noche anterior. Así son ellos, la poesía de la Facultad de Letras y la función de la Facultad de Ingeniería, una pareja que en el lenguaje académico es “incompatible por naturaleza”.
Primer encuentro: el primer choque entre poesía y función
Su historia comienza en la clase electiva de primer año “Lógica y Razonamiento”. Shiran eligió esta clase para “sentir el romanticismo de la filosofía”, mientras que el Función lo hizo porque “la lógica suena como un pariente cercano de la programación”. En clase, el profesor plantea una pregunta: “¿El amor es libre albedrío o destino?” Shiran se levanta de inmediato, citando sin parar a Shakespeare, Neruda y Tagore, argumentando con pasión que el amor es “la resonancia del alma, el susurro de las estrellas en el corazón”. El aula estalla en aplausos, incluso el profesor no puede evitar asentir.
Cuando es el turno del Función de hablar, aclara su garganta, saca un bolígrafo y dibuja un sistema de coordenadas en un papel: “Supongamos que el amor es una función de dos variables, x es el libre albedrío, y es el destino, necesitamos encontrar una solución óptima…” No ha terminado de hablar cuando el aula ya se ríe a carcajadas. Shiran se vuelve, mirando a este chico de ingeniería tan serio, y siente que es tanto ridículo como encantador. En ese momento, le surge una idea: la forma de pensar de este chico es como un idioma completamente diferente.
Después de clase, el Función se acerca a Shiran, sonrojado, y dice: “Tu intervención fue muy… literaria, pero aún creo que el amor se puede modelar matemáticamente.” Shiran levanta una ceja y le entrega una copia en francés de “El amante”: “Prueba esto, a ver si puedes modelar el suspiro de Marguerite Duras.” El Función toma el libro, hojea un par de páginas, frunce el ceño y murmura: “¿Por qué esto no tiene fórmulas?” Shiran se ríe a carcajadas y decide darle una oportunidad a este “Función”.
Síndrome de incompatibilidad amorosa: el abismo del lenguaje académico
En las primeras etapas de su relación, sus diálogos eran como dos computadoras de sistemas diferentes intentando conectarse a la red: la señal intermitente, a veces incluso se bloqueaban. A Shiran le gustaba improvisar poemas mientras paseaba junto al lago, por ejemplo: “Tus ojos son como las estrellas del cielo nocturno, iluminando mi universo desolado.” El Función, al escuchar, frunce el ceño y analiza: “Las estrellas del cielo nocturno son fuentes de luz, ¿cuántos lúmenes hay? Además, ¿cómo puede el universo estar desolado, si hay al menos cientos de miles de millones de galaxias?” Shiran, furiosa, golpea el suelo: “¿Puedes dejar de descomponer el romanticismo en datos?”
Por su parte, el Función también tiene sus propias frustraciones. En una cita, emocionado, le habló a Shiran durante una hora sobre la transformada de Fourier, intentando explicar que “las fluctuaciones del amor se pueden simular mediante la superposición de ondas sinusoidales”. Al terminar, Shiran, confundida, pregunta: “¿Así que estás diciendo que nuestros sentimientos son… la suma de un montón de ondas?” El Función asiente, pensando que finalmente lo ha entendido, pero Shiran suspira: “Aún creo que el amor en ‘Sueño en el Pabellón Rojo’ es más conmovedor.”
Sus diferencias en el lenguaje académico también se reflejan en la comunicación diaria. Las cartas de amor que Shiran escribe al Función son extensas, llenas de metáforas y símbolos, como: “Eres el viento que acaricia mi lago interior, creando innumerables ondas.” El Función, al leer, responde seriamente: “¿Cuál es la velocidad del viento? ¿Y la frecuencia de las ondas?” Shiran casi rasga la carta de rabia. Y la “carta de amor” que el Función le envía a Shiran es aún más absurda: una hoja de cálculo de Excel que detalla “la optimización del tiempo de citas semanales”, precisa hasta el minuto, y además incluye un gráfico de líneas que analiza “la tendencia de la intimidad a lo largo del tiempo”. Shiran mira la tabla durante cinco minutos y, en silencio, publica en su círculo de amigos: “¿Tener una cita implica escribir código? Tal vez he encontrado un novio falso.”
Comunicación en diferentes dimensiones: de las peleas a la adaptación
A pesar de la barrera del lenguaje, intentan encontrar intersecciones en las “dimensiones” del otro. Shiran comienza a intentar entender el mundo del Función. Lo acompaña al laboratorio, observando cómo depura el código, el ritmo de sus dedos sobre el teclado es como un ritual misterioso. Incluso toma prestado un libro de “Cálculo Avanzado”, intentando entender “qué demonios está calculando el cálculo”. El resultado es que el primer capítulo la deja completamente confundida, así que termina llenando el libro de pequeños dibujos de flores y corazones, pretendiendo que lo ha entendido.
El Función también se esfuerza por cruzar fronteras. Comienza a leer la colección de poemas que Shiran le recomienda, aunque “Selección de poemas de Ai Qing” lo deja completamente perplejo, descubre que el ritmo y la métrica de los poemas son algo similares a las funciones periódicas en el procesamiento de señales. Incluso intenta escribir un poema para Shiran: “Eres mi constante, fijada en la ecuación de mi latido.” Al leerlo, Shiran se ríe hasta llorar: “Este poema es un poco raro, pero es bastante dulce.”
Su adaptación también se refleja en los detalles de la vida cotidiana. A Shiran le gusta tener citas en cafeterías, pidiendo un latte y hablando sobre películas y literatura. Sin embargo, el Función siempre siente que el Wi-Fi de la cafetería es demasiado lento y, al hacer el pedido, pregunta al camarero: “¿Cuántas calorías y cuánta cafeína tiene esta taza de café?” Shiran llega a dudar si él considera la cita como una recolección de datos experimentales. Más tarde, se le ocurre una idea: cada vez que tienen una cita, lleva un libro de poemas y lee un fragmento para que él lo “traduzca” al lenguaje de ingeniería. Por ejemplo, cuando ella lee “Soy una nube en el cielo” de Xu Zhimo, el Función piensa un momento y dice: “Eres un vapor de agua en la alta atmósfera, refractando el espectro de mi vida.” Shiran se queda atónita, sintiendo que aunque esta traducción no tiene sentido, es sorprendentemente romántica.
Chispas interdimensionales: cuando la poesía se encuentra con la función
Poco a poco, descubren que el “lenguaje” del otro no es completamente opuesto. La poesía de Shiran añade un toque de color al mundo del Función, mientras que la lógica del Función también aporta estructura a la romanticismo de Shiran. En un festival de música en el campus, Shiran sube al escenario y recita un poema original, cuyo tema es “tiempo y amor”. Ella se para bajo los focos, su voz es suave y firme: “El tiempo es un río, nosotros somos los peces en el río, nadando contra la corriente, solo por el momento del encuentro.” El Función en la audiencia queda atónito, sintiendo por primera vez que la metáfora literaria es más conmovedora que una fórmula.
Después del evento, el Función toma de la mano a Shiran y emocionado dice: “Tu poema me hizo pensar en el análisis de series temporales. ¡El amor es como un proceso no estacionario, aunque aleatorio, siempre hay algún tipo de patrón!” Shiran pone los ojos en blanco, pero no puede ocultar su sonrisa: “Eres un caso, cuando te pones romántico, tienes tu propio estilo.”
En otra ocasión, el Función, para celebrar el cumpleaños de Shiran, escribió un pequeño programa: una animación en forma de corazón que incrustó sus registros de chat, cada frase de amor aparece aleatoriamente. Shiran, al ver en la pantalla “Te amo en cada sistema de coordenadas”, se siente tan conmovida que lo abraza: “¡Tú, Función, finalmente tienes un poco de poesía!”
La ecuación del amor con múltiples soluciones
Su relación es como una ecuación sin respuesta estándar, a veces convergente, a veces divergente. Shiran a veces se enoja con la “lógica de chico recto” del Función, como cuando él le regala algo y adjunta un “análisis de costo-beneficio”, explicando por qué esa bufanda es “la opción más rentable”. El Función también se queja de que las emociones de Shiran son “demasiado no lineales”, lo que lo deja confundido. Pero han aprendido a abrazarse después de pelear y a comunicarse después de malentendidos.
Una noche, están acostados en el césped del campo de deportes mirando las estrellas. Shiran señala el cielo nocturno y dice: “Mira, esa es la constelación de Lyra, que según la leyenda es la lira de Orfeo, tocando la melodía del amor.” El Función asiente y responde: “La estrella principal de Lyra, Vega, está a unos 25 años luz de la Tierra y tiene un brillo 40 veces mayor que el del sol.” Shiran se ríe y lo abraza: “Está bien, mi Función, nuestro amor abarca 25 años luz, ¿qué te parece?”
El Función se queda atónito y responde seriamente: “Entonces necesitamos usar comunicación superlumínica para que el amor se transmita en tiempo real.” Shiran se ríe y le da una palmada: “Eres un caso, ¿cuándo aprenderás a decir algo normal sobre el amor?” El Función se rasca la cabeza y sonríe: “Estoy aprendiendo, te escribiré una función, con el parámetro amor, y la salida será para siempre.”
Su historia continúa, como un poema inacabado, también como una ecuación sin resolver. Entre el aroma de los libros de la Facultad de Letras y el código de la Facultad de Ingeniería, construyen un puente con amor, aunque a veces tambalee, es suficiente para que sigan caminando juntos.