Contexto histórico: la fiebre de la anatomía y la escasez de cadáveres
A principios del siglo XIX, Edimburgo era uno de los centros de educación médica en Europa, y su facultad de medicina era famosa por su investigación en anatomía. La anatomía, como piedra angular de la medicina moderna, requería que los estudiantes dominaran la estructura del cuerpo humano a través de la práctica. Sin embargo, las leyes británicas de la época restringían estrictamente la procedencia de los cadáveres para la disección, permitiendo únicamente el uso de los cuerpos de criminales ejecutados. Esto llevó a una grave escasez de cadáveres, mientras que la demanda de las facultades de medicina aumentaba día a día. Las escuelas de anatomía privadas y los profesores universitarios estaban dispuestos a pagar altos precios por cadáveres frescos, lo que dio origen a la profesión de "resucitadores" (Resurrectionists), quienes obtenían cuerpos a través del robo de tumbas para suministrarlos a las facultades de medicina.
Este comercio clandestino, aunque ilegal, prosperaba en silencio bajo la aceptación social. Sin embargo, el robo de tumbas era arriesgado y poco eficiente, y a medida que aumentaba la preocupación pública por la seguridad de los cementerios, el trabajo de los ladrones de tumbas se volvía cada vez más difícil. En este contexto, Burke y Hare vieron una "oportunidad de negocio" y optaron por un camino más extremo y criminal: crear cadáveres mediante el asesinato.
Desarrollo del caso: de la especulación a los asesinatos en serie
William Burke y William Hare eran dos inmigrantes irlandeses que se establecieron en Edimburgo en 1827, residiendo en una pensión de bajo costo gestionada por Hare. Su carrera criminal comenzó con un incidente fortuito. En noviembre de 1827, un antiguo inquilino de la pensión, Donald, falleció debido a una enfermedad, dejando alquileres impagos. Para compensar la pérdida, Burke y Hare decidieron vender el cuerpo de Donald al famoso anatomista de la facultad de medicina de Edimburgo, el Dr. Robert Knox. Knox pagó la elevada suma de 7 libras y 10 chelines, una cantidad considerable para un trabajador común de la época. Esta transacción encendió su avaricia y sembró las semillas de los posteriores asesinatos en serie.
Al darse cuenta de que el asesinato era más "eficiente" y menos arriesgado que el robo de tumbas, Burke y Hare comenzaron a actuar de manera planificada. Usando la pensión como base, atraían a vagabundos, prostitutas, mendigos y otros marginados sociales a hospedarse. Estas víctimas, generalmente sin familiares, rara vez eran buscadas tras su desaparición. Su método habitual consistía en emborrachar a las víctimas y luego asfixiarlas cubriendo su boca y nariz con una almohada o con las manos, un método conocido como "asesinato al estilo Burke" (Burking). Este método no solo evitaba dejar marcas de lesiones, sino que también mantenía la "frescura" del cadáver para satisfacer las necesidades de los anatomistas.
Entre 1827 y 1828, Burke y Hare asesinaron al menos a 16 personas, aunque el número real podría ser mayor. Las víctimas incluían a ancianos, mujeres y niños, como el niño de 12 años James Wilson y la paciente sorda Mary Paterson. Vendieron los cuerpos a Knox por entre 7 y 10 libras cada uno, y Knox, debido a su necesidad de cadáveres, no preguntaba sobre su procedencia. El silencio de Knox, en cierta medida, fomentó la actividad criminal, permitiendo que esta conspiración continuara.
Exposición del caso y juicio
En octubre de 1828, los crímenes de Burke y Hare fueron expuestos debido a un descuido. Una pareja llamada James y Ann Gray pasó la noche en la pensión de Hare y notó la misteriosa desaparición de otra inquilina, Margaret Docherty. La pareja descubrió el cuerpo de Docherty en la pensión y de inmediato alertó a la policía. Tras la intervención policial, Burke, Hare y sus cómplices —la novia de Burke, Helen McDougal, y la esposa de Hare, Margaret Hare— fueron arrestados rápidamente.
El juicio comenzó el 24 de diciembre de 1828, atrayendo una amplia atención pública. Debido a la falta de pruebas suficientes para condenar a todos los implicados, la fiscalía llegó a un acuerdo con Hare: Hare confesó los crímenes y testificó contra Burke a cambio de inmunidad. El testimonio de Hare describió detalladamente su proceso delictivo, sorprendiendo a la corte. El 28 de enero de 1829, William Burke fue condenado a la horca, que se llevó a cabo en Grassmarket, Edimburgo. Irónicamente, el cuerpo de Burke fue enviado posteriormente a la Universidad de Edimburgo para una disección pública, convirtiéndose en el epílogo final de sus crímenes en vida. Hare, tras ser liberado, desapareció, mientras que McDougal y Margaret Hare fueron liberadas por falta de pruebas. El Dr. Knox no fue procesado, pero su reputación se vio dañada por la sospecha de complicidad, viéndose obligado a abandonar Edimburgo.
Impulsos del utilitarismo
Detrás de las acciones de Burke y Hare se oculta una psicología utilitarista extrema. El utilitarismo enfatiza que las consecuencias de las acciones determinan su valor moral, es decir, "la mayor felicidad para el mayor número". En la Edimburgo de principios del siglo XIX, el avance médico se consideraba una parte importante del bienestar social, y la investigación anatómica se veía como un medio necesario para impulsar el desarrollo científico. Burke y Hare podrían haber utilizado esto como excusa para racionalizar sus asesinatos: al proporcionar cadáveres, "contribuían" a la educación médica y al progreso científico, mientras que las vidas de las víctimas les parecían insignificantes.
Esta psicología no solo se manifiesta en Burke y Hare, sino que también se refleja en el silencio del Dr. Knox. Como científico, Knox era consciente de cómo la escasez de cadáveres obstaculizaba la investigación médica. Su desinterés por la procedencia de los cadáveres muestra una actitud utilitarista que, en nombre de la ciencia, ignora la moral. Aunque su comportamiento no participó directamente en los asesinatos, sí fomentó indirectamente la ocurrencia de crímenes. Este modo de pensar "en beneficio de un mayor interés" no era un caso aislado en la sociedad de la época, sino que reflejaba la tensión entre la búsqueda científica y las restricciones éticas.
Raíces profundas de la pérdida moral
Los asesinatos de Burke y Hare se arraigaron en problemas profundos de la estructura social de la época. En primer lugar, la brecha entre ricos y pobres y la rigidez de las clases hicieron que grupos marginados como los vagabundos fueran objetivos vulnerables. Estas personas carecían de apoyo social y, tras su desaparición, nadie las buscaba, convirtiéndose en objetivos ideales para el crimen. En segundo lugar, las lagunas legales y la falta de supervisión proporcionaron un caldo de cultivo para el comercio de cadáveres. La demanda de cadáveres por parte de las facultades de medicina dio lugar a un mercado negro, mientras que las autoridades hacían la vista gorda, lo que agravó aún más la pérdida de moralidad.
Además, el caso expuso el dilema ético del progreso científico. A principios del siglo XIX, la investigación anatómica impulsó el rápido desarrollo de la medicina, pero su dependencia de los cadáveres llevó a la desconsideración de la dignidad humana. Los crímenes de Burke y Hare son una manifestación extrema de esta desconsideración. Redujeron la vida humana a una mercancía, privando a las víctimas de su dignidad básica. Esta pérdida moral no solo es el resultado de acciones individuales, sino también un fracaso colectivo de los sistemas sociales y de los valores.
Impacto y legado del caso
La exposición del caso de los asesinatos de Burke y Hare provocó una fuerte reacción pública. La gente cuestionó la procedencia de los cadáveres en las facultades de medicina y se inició un intenso debate sobre la moralidad de la investigación anatómica. El caso condujo directamente a la aprobación de la Ley de Anatomía de 1832, que permitía el uso de cadáveres no reclamados (como los fallecidos en hospitales o casas de caridad) para la investigación anatómica, reduciendo así la demanda de cadáveres ilegales. Esta legislación puso fin, en cierta medida, a la industria de los "resucitadores", pero también generó controversias sobre si los cuerpos de los pobres eran utilizados de manera inapropiada.
En el ámbito cultural, este caso dejó una profunda huella. Inspiró obras literarias, como el cuento "El ladrón de cuerpos" (The Body Snatcher) de Robert Louis Stevenson, y se convirtió en una fuente de inspiración para la novela criminal moderna. El caso también provocó reflexiones de filósofos y éticos sobre el utilitarismo. ¿Cómo puede el utilitarismo, al buscar el bienestar colectivo, evitar sacrificar los derechos individuales? Esta pregunta sigue siendo un tema importante en la ética hoy en día.
Reflexiones...
La conspiración de la sala de disección de Edimburgo es un caso criminal atroz que no solo revela el lado oscuro de la educación médica a principios del siglo XIX, sino que también expone los peligros de la psicología utilitarista en situaciones extremas. Los crímenes de Burke y Hare surgieron de la avaricia, pero sus raíces se encuentran profundamente arraigadas en la injusticia social, las lagunas legales y la desconexión entre la ciencia y la moral. Este caso nos recuerda que el progreso científico debe tener la ética como límite, de lo contrario, puede llevar a la distorsión de la humanidad y al colapso moral. Hoy, frente a tecnologías emergentes como la edición genética y la inteligencia artificial, las lecciones de este caso histórico siguen resonando: cualquier "progreso" que cueste la humanidad puede llevarnos al abismo.